PRIMER DIA: LA SADURA
Después de cuidar y cebar , durante aproximadamente un año los cerdos, bien alimentados con remolacha, maíz, patatas, salvado y otros alimentos producidos en la huerta familiar, servidos primero en unos maseiros de madera, tronco que se había vaciado, despues en pilas de cemento fabricadas en casa, nada de piensos semiartificiales, el cerdo alcanza un peso, mas o menos, de 10 ó 12 arrobas. Allí por el mes de diciembre y parte del mes de enero, llega el día de la matanza.
Utiles de la matanza
Pila y maseiros
Lo primero que hacía el dueño de la casa era preparar un gran bidón, colocarlo sobre una trébede de hierro, llenarlo de agua, hacerle fuego hasta que el agua hervía. Luego se usaría para pelar el cerdo. La señora de la casa, que se había levantado la primera, se afanaba en preparar la comida, ¡Que comida!, el primer plato era sopa condimentada con lacón, chorizo, oreja y otras reservas guardadas del pasado año; estos, junto con los garbanzos y las patatas, formarán el segundo plato; el postre consistía en pastas y frutas ecológicas.
Después de cuidar y cebar , durante aproximadamente un año los cerdos, bien alimentados con remolacha, maíz, patatas, salvado y otros alimentos producidos en la huerta familiar, servidos primero en unos maseiros de madera, tronco que se había vaciado, despues en pilas de cemento fabricadas en casa, nada de piensos semiartificiales, el cerdo alcanza un peso, mas o menos, de 10 ó 12 arrobas. Allí por el mes de diciembre y parte del mes de enero, llega el día de la matanza.
Utiles de la matanza
Pila y maseiros
Lo primero que hacía el dueño de la casa era preparar un gran bidón, colocarlo sobre una trébede de hierro, llenarlo de agua, hacerle fuego hasta que el agua hervía. Luego se usaría para pelar el cerdo. La señora de la casa, que se había levantado la primera, se afanaba en preparar la comida, ¡Que comida!, el primer plato era sopa condimentada con lacón, chorizo, oreja y otras reservas guardadas del pasado año; estos, junto con los garbanzos y las patatas, formarán el segundo plato; el postre consistía en pastas y frutas ecológicas.
Caldero y trébede
Se reunían siempre dos o tres familias. Por la mañana los hombres, después de tomar la parva para coger fuerzas, una copita de aguardiente con un trocito de pan, afilaban sus cuchillos en una piedra, que había en todos los domicilios, como verdaderos sádicos; las mujeres esperaban.
Todos se dirigían a la cuadra. Un niño pequeño llevaba el cuchillo de matar para entregar al matarife en el momento justo. Coger el cerdo no era fácil. Dos lo hacían por las orejas, otro por el rabo para acercarlo al patíbulo, momento en el que se incorporaban otros dos hombres que, a Piedra de afilar
Todos se dirigían a la cuadra. Un niño pequeño llevaba el cuchillo de matar para entregar al matarife en el momento justo. Coger el cerdo no era fácil. Dos lo hacían por las orejas, otro por el rabo para acercarlo al patíbulo, momento en el que se incorporaban otros dos hombres que, a Piedra de afilar
garrándolo por las patas, lo tumbaban en la maseira. Bien amarrado por las patas, las orejas y el rabo, el matarife pedía el cuchillo al niño. Alrededor del cerdo estaban todos los críos del barrio, y se lo clavaba hasta atravesarle el corazón Los lamentos del animal se escuchaban por todo el pueblo. Algunas veces el cerdo, tratando de defenderse, se escapaba y todos sudaban para darle caza. Era muy corriente que una mujer, provista de una hoya, cogiera la sangre que salía a borbotones del cuerpo del animal, para luego hacer las ricas filloas o preparar otros tipos de comida.
Gran maseira
Muerto el animal, se colocaba dentro de la maseira y, mientras las mujeres iban bañándolo con agua hirviendo, los hombres pelaban las serdas del animal hasta dejarlo limpio. Al matarife le correspondía pelar la cabeza. Limpio el cerdo, lo primero que hacía el matarife era taponarle, con un haz de paja, el ano con el fin de que no soltara la mierda que tenía en el intestino. A esta operación se la llamaba “hacer el culo”. A continuación se colocaba en una escalera, cabeza abajo, a la que se ataba por los tendones de Aquiles. Se empezaba abriendo por el pescuezo, sacando de una vez el corazón, pulmones e hígado; esta parte del cerdo se conocía con el nombre de barbada; a continuación, con mucho cuidado, se iba soltando el intestino, que se colocaba en una maseira para que, terminada la extracción, las mujeres fueran separando las tripas de la grasa en la que estaban envueltas. Terminaba la limpieza del cerdo extrayendo el unto, con el que se hacían unas hogazas, que luego curarían al humo y que serviría para condimentar muchas comidas. Terminaba la mañana asando las mollejas en las brasas. Era el primer delicioso bocado del cerdo; por descontado sin análisis de ningún tipo.
Por la tarde las mujeres iban a la presa a lavar las tripas. Los hombres regresaban a su casa para atender sus animales. Con el paso del tiempo también se irían incorporando, no de muy buena gana, al citado trabajo. De vuelta a casa se tomaba un caliente fervudo, formado por vino y azúcar , para recuperar el calor perdido en la presa. Era diciembre-enero y el tiempo estaba siempre bajo cero. La operación siguiente consistía en correr las tripas para limpiarlas de la grasa que todavía las cubría; incluso se les daba la vuelta para limpiarlas por el interior, operación que, normalmente hacía la dueña de la casa y que necesitaba de una disposición especial. Tenían que quedar superlimpias ya que con ellas se harían los riquísimos chorizos y botillos.
La cena consistía en un guiso de patatas con sadura de primer plato y restos del mediodía para el segundo. Terminada la cena casi siempre se jugaba una partida de cartas a la brisca, juego caído casi en desuso, pero que era muy curioso. Normalmente se jugaban tres contra tres. Se daban tres cartas a cada uno y la primera, después de repartidas las cartas era el triunfo. Existía la figura del líder que, con gestos de labios y ojos, adivinaba que cartas tenía en la mano cada uno de sus compañeros, los cuales debían jugar la carta que el líder les ordenara, para ganar había que sumar más de 60 tantos.
2º DIA: EL LOMO
Lo mismo que el primer día, el amo de la casa, desde muy temprano, se afanaba en preparar una buena hoguera en la que colocaba los hierros de escamar, para que se pusieran al rojo.
Muerto el animal, se colocaba dentro de la maseira y, mientras las mujeres iban bañándolo con agua hirviendo, los hombres pelaban las serdas del animal hasta dejarlo limpio. Al matarife le correspondía pelar la cabeza. Limpio el cerdo, lo primero que hacía el matarife era taponarle, con un haz de paja, el ano con el fin de que no soltara la mierda que tenía en el intestino. A esta operación se la llamaba “hacer el culo”. A continuación se colocaba en una escalera, cabeza abajo, a la que se ataba por los tendones de Aquiles. Se empezaba abriendo por el pescuezo, sacando de una vez el corazón, pulmones e hígado; esta parte del cerdo se conocía con el nombre de barbada; a continuación, con mucho cuidado, se iba soltando el intestino, que se colocaba en una maseira para que, terminada la extracción, las mujeres fueran separando las tripas de la grasa en la que estaban envueltas. Terminaba la limpieza del cerdo extrayendo el unto, con el que se hacían unas hogazas, que luego curarían al humo y que serviría para condimentar muchas comidas. Terminaba la mañana asando las mollejas en las brasas. Era el primer delicioso bocado del cerdo; por descontado sin análisis de ningún tipo.
Por la tarde las mujeres iban a la presa a lavar las tripas. Los hombres regresaban a su casa para atender sus animales. Con el paso del tiempo también se irían incorporando, no de muy buena gana, al citado trabajo. De vuelta a casa se tomaba un caliente fervudo, formado por vino y azúcar , para recuperar el calor perdido en la presa. Era diciembre-enero y el tiempo estaba siempre bajo cero. La operación siguiente consistía en correr las tripas para limpiarlas de la grasa que todavía las cubría; incluso se les daba la vuelta para limpiarlas por el interior, operación que, normalmente hacía la dueña de la casa y que necesitaba de una disposición especial. Tenían que quedar superlimpias ya que con ellas se harían los riquísimos chorizos y botillos.
La cena consistía en un guiso de patatas con sadura de primer plato y restos del mediodía para el segundo. Terminada la cena casi siempre se jugaba una partida de cartas a la brisca, juego caído casi en desuso, pero que era muy curioso. Normalmente se jugaban tres contra tres. Se daban tres cartas a cada uno y la primera, después de repartidas las cartas era el triunfo. Existía la figura del líder que, con gestos de labios y ojos, adivinaba que cartas tenía en la mano cada uno de sus compañeros, los cuales debían jugar la carta que el líder les ordenara, para ganar había que sumar más de 60 tantos.
2º DIA: EL LOMO
Lo mismo que el primer día, el amo de la casa, desde muy temprano, se afanaba en preparar una buena hoguera en la que colocaba los hierros de escamar, para que se pusieran al rojo.
Despiezando el cerdo
Llegado el matarife y dos o tres ayudantes, todos familiares, empezaba la operación: despiece del cerdo. Empezaba cortándole las patas y el rabo que pasarían a las mujeres que, sentadas al lado del fuego, con los hierros de escamar al rojo, irían quemando las serdas que todavía permanecían en lacones, patas y rabo. A continuación le cortaba la cabeza, uno de los ayudantes le quitaría las orejas, morro y cara que también pasarían a las mujeres para que hicieran la misma operación.
Sin cabeza y sin patas el resto del cerdo sería descolgado de la escalera y colocado en la maseira con el lomo hacia arriba. Se le practicarían dos cortes, con hacha y cuchillo, longitudinales a la derecha e izquierda de la columna, llamado vulgarmente espinazo. El trozo resultante pasaría a la artesa de los despieces que luego habría que salar. Resultado de la operación anterior son dos trozos iguales que serían tratados de la siguiente forma:
Los jamones y el tocino irían a la artesa de salar, junto con las patas, la cachucha y el espinazo.
Los lomos y toda la hebra a la artesa de los chorizos.
Los huesos, junto con el rabo, a la artesa de los botillos.
Las pieles, resultantes de limpiar trozos de hebra, a una pequeña artesa. Con ellas se harían las androllas.
La grasa se colocaba en una cesta.
La comida del día del lomo consistía, casi siempre, en una buena olla de callos con habas, la chanfaina berciana, de primer plato; de segundo plato gallina estofada o pollo de corral, todo ello regado con el vino de la propia bodega. Últimamente la comida del día de lomo consistía en asar el churrasco en las brasas.
Por la tarde se hacían cuatro cosas:
1º EL DESCARNADO
Consistía en repasar toda la carne de las distintas artesas, sacando toda la hebra para aumentar el número de chorizos. Algunas veces el descarnado era tan fuerte que los botillos se quedaban sólo con los huesos.
2º EL SALADO
En una gran artesa, casi siempre la maseira de matar, se procedía al salado de jamones, tocinos, espinazo, costillar, cachucha, patas, lacones y varios trozos pequeños resultantes del despiece del animal. Cada pieza, después de extraerle la sangre que le quedaba, se cubría totalmente de sal. De esta forma permanecería durante 10 ó 12 días, dependiendo siempre, como referencia, del peso de los jamones.
3º EL PICADO
Con la máquina de picar, en los años 40 esta operación se hacía a mano, se solía picar una paletilla. Se iba picando toda la hebra que se había ido sacando al descarnar las distintas partes del cerdo, para que rindiera un poco mas se picaban también pequeños trozos de tocino, con el fin de aumentar el número de chorizos.
Con sumo cuidado se iban picando los huesos en trozos pequeños. Esta operación la solían hacer los hombres. Con ellos se harían los riquísimos botillos. Se cuenta que los botillos fue creación de los monjes de Carracedo. Los vecinos, cuando oían el toque de campana solicitando comida, les llevaban lo que ellos no querían, los huesos. Después de pelarles toda la carne, metían el resto en grandes tripas y ponían a secar, podía muy bien ser este el origen del botillo, con el fin de dar sabor a las distintas comidas.
4º EL SAZONADO
Picada la carne y los huesos se procedía al sazonado. En todas las familias había una especialista. En un cuenco se machacaban los ajos que se vertían sobre la carne, se añadía pimentón, casi siempre casero, orégano, agua y vino, se amasaba a fondo, todo el mondongo adquiría un color y olor especial. Luego se iba añadiendo sal, al mismo tiempo que se seguía amasando, con la yema de los dedos se iba probando hasta que quedaba a gusto de todos. A lo largo del día siguiente se le seguían dando vueltas y añadiendo agua, vino o aquella especia que se considerara necesaria.
La cena del día de lomo consistía en un primer plato de repollo, debidamente condimentado y un segundo plato de lomo cocido encima de
unas tostas de pan que, con mucho gusto, recuerdo después de 40 años. Los postres, aparte de la fruta del pueblo, como casi siempre estábamos en navidades, estaban formados por una gran bandeja de mazapanes, almendras, trozos de turrón y otras golosinas.
TERCER DIA: LA MANTECA
La señora de la casa ya más sosegada, sin obreros ni invitados, ya no tiene que preparar ni la comida ni la cena y se dispone a preparar la manteca. Para ello lo primero que hace es encender bien la cocina económica, casi un lujo en aquellos tiempos. Encima de la misma colocaba la gran paellera en la que va depositando, en trocitos pequeños, los grandes trozos de grasa que se habían sacado del cerdo y colocado en un cesto forrado con un trozo de sábana.
Tinaja para la manteca
Poco a poco, a consecuencia del calor, la grasa se va licuando. Con un cucharón iba vertiendo el líquido en unas pequeñas tinajas de barro, hechas ex profeso para ello. Al día siguiente el líquido se había solidificado convirtiéndose en la blanca manteca. Los restos de la grasa se habían transformado en los riquísimos chicharrones, con los que se hacían unas riquísimas bollas, mezclándolos con harina, huevos y azúcar.
En los años 50 la manteca era esencial para hacer las comidas. Con ella se sazonaba el caldo, se freían las patatas, se condimentaba un montón de comidas; los chorizos se conservaban frescos todo el año metidos en manteca; con ella se hacían unas riquísimas torrijas.
A lo largo del día la señora de la casa seguía removiendo, varias veces al día, el mondongo para que se fueran mezclando todas las especias, al mismo tiempo iba probando para comprobar que la sazón era de su agrado.
CUARTO DIA: EL EMBUTIDO
En los años 50 todavía no existían las máquinas para embutir. Las tripas se llenaban con la ayuda de unos pequeños embudos llamados longaniceiros.
Pasados los 50, siempre hablando del pueblo de Carracedo, aparecieron las primeras máquinas para hacer chorizos. éstas consistían en una mesa alta y estrecha en la que se había insertado de metal un envase cilindro cónico que terminaba en un pequeño tubo donde se alojaba la tripa para ser llenada. Encima de la mesa, accionado con un largo mango, se colocaba una pieza de madera también cilindro-cónica que debía introducirse en la primera y que, a modo de émbolo, empujaba hacia la tripa la carne que se había colocado en el envase metálico.
Mientras unas señoras iban llenando las tripas, otras, con bramante, iban atándolas cada 10 ó 12 cm. Los chorizos había que apretarlos bien y, con una aguja, se pinchaban para sacar el aire que permanecía en ellos y que sería fatal para su conservación. A partir del año 55, en el pueblo, aparecieron las máquinas para picar y embutir. La misma máquina hacía los dos trabajos; para picar se le colocaban unas cuchillas y para embutir se quitaban las cuchillas y se colocaba un embudo, donde se colocaría la tripa.
Longaniceiro
Poco a poco, a consecuencia del calor, la grasa se va licuando. Con un cucharón iba vertiendo el líquido en unas pequeñas tinajas de barro, hechas ex profeso para ello. Al día siguiente el líquido se había solidificado convirtiéndose en la blanca manteca. Los restos de la grasa se habían transformado en los riquísimos chicharrones, con los que se hacían unas riquísimas bollas, mezclándolos con harina, huevos y azúcar.
En los años 50 la manteca era esencial para hacer las comidas. Con ella se sazonaba el caldo, se freían las patatas, se condimentaba un montón de comidas; los chorizos se conservaban frescos todo el año metidos en manteca; con ella se hacían unas riquísimas torrijas.
A lo largo del día la señora de la casa seguía removiendo, varias veces al día, el mondongo para que se fueran mezclando todas las especias, al mismo tiempo iba probando para comprobar que la sazón era de su agrado.
CUARTO DIA: EL EMBUTIDO
En los años 50 todavía no existían las máquinas para embutir. Las tripas se llenaban con la ayuda de unos pequeños embudos llamados longaniceiros.
Pasados los 50, siempre hablando del pueblo de Carracedo, aparecieron las primeras máquinas para hacer chorizos. éstas consistían en una mesa alta y estrecha en la que se había insertado de metal un envase cilindro cónico que terminaba en un pequeño tubo donde se alojaba la tripa para ser llenada. Encima de la mesa, accionado con un largo mango, se colocaba una pieza de madera también cilindro-cónica que debía introducirse en la primera y que, a modo de émbolo, empujaba hacia la tripa la carne que se había colocado en el envase metálico.
Mientras unas señoras iban llenando las tripas, otras, con bramante, iban atándolas cada 10 ó 12 cm. Los chorizos había que apretarlos bien y, con una aguja, se pinchaban para sacar el aire que permanecía en ellos y que sería fatal para su conservación. A partir del año 55, en el pueblo, aparecieron las máquinas para picar y embutir. La misma máquina hacía los dos trabajos; para picar se le colocaban unas cuchillas y para embutir se quitaban las cuchillas y se colocaba un embudo, donde se colocaría la tripa.
Longaniceiro
Máquina de embutir
El embutido de los botillos se hacía en las tripas gruesas, incluyendo la vejiga y el estómago. Con sumo cuidado se iban llenando con los huesos colocándolos de tal forma que no rompiera la tripa. Una vez llenos, se unían las pieles con la ayuda de la espita y se ataba con bramante.
Las androllas, andollas, se embutían lo mismo que los botillos, metiendo los trozos de pieles en una tripa gruesa y atándolas con bramante. Para que estuvieran más ricas se les agregaban unos pocos de chichos.
Terminados todos los embutidos, se llevaban al fumeiro, parrilla construida con palos de madera colgada a 2 ó 3 m del suelo. Con sumo cuidado se iban colgando, procurando que los chorizos, botillos y androllas no quedaran pegadas unas con otras, para ello se entrelazaban unas varas delgadas.
A partir del día siguiente se le hace la lumbre, no muy fuerte y con leña seca. Como el tiempo suele ser muy frío y pueden producirse heladas, mucha gente cuando preveía una fuerte helada, procuraba que el fuego permaneciera encendido toda la noche.
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El embutido de los botillos se hacía en las tripas gruesas, incluyendo la vejiga y el estómago. Con sumo cuidado se iban llenando con los huesos colocándolos de tal forma que no rompiera la tripa. Una vez llenos, se unían las pieles con la ayuda de la espita y se ataba con bramante.
Las androllas, andollas, se embutían lo mismo que los botillos, metiendo los trozos de pieles en una tripa gruesa y atándolas con bramante. Para que estuvieran más ricas se les agregaban unos pocos de chichos.
Terminados todos los embutidos, se llevaban al fumeiro, parrilla construida con palos de madera colgada a 2 ó 3 m del suelo. Con sumo cuidado se iban colgando, procurando que los chorizos, botillos y androllas no quedaran pegadas unas con otras, para ello se entrelazaban unas varas delgadas.
A partir del día siguiente se le hace la lumbre, no muy fuerte y con leña seca. Como el tiempo suele ser muy frío y pueden producirse heladas, mucha gente cuando preveía una fuerte helada, procuraba que el fuego permaneciera encendido toda la noche.
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